Isabel Pantoja: la mujer que salió viva de un auto de fe en Sevilla
En la memoria colectiva de Sevilla, tierra de templos, leyendas y susurros antiguos, hay nombres que parecen surgir del polvo de los archivos inquisitoriales como destellos de humanidad. Uno de ellos es el de Isabel Pantoja, una mujer cuya historia ha quedado semioculta en las páginas menos conocidas del Santo Oficio. No fue mártir, ni santa, ni hereje consumada. Fue, simplemente, una mujer que logró sobrevivir a un auto de fe, y hacerlo con dignidad.
Una mujer del pueblo en la Sevilla del siglo XVII
La Sevilla del siglo XVII era una ciudad compleja, viva y contradictoria. A la sombra de sus iglesias barrocas y sus mercados bulliciosos, convivían comerciantes, esclavos manumitidos, clérigos, médicos, artistas… y también aquellas personas que, por sus creencias o costumbres, podían llamar la atención del Tribunal del Santo Oficio, más conocido como la Inquisición.
Lejos de las imágenes exageradas de hogueras diarias, la Inquisición en Sevilla —una de las más importantes de la península— funcionaba también como una institución más legalista que sangrienta, con procedimientos formales, apelaciones e incluso garantías para los acusados, al menos según los estándares de su época. Su misión no era puramente castigar, sino preservar la ortodoxia católica en una sociedad que aún se tambaleaba tras la expulsión de los judíos y moriscos, y donde la brujería, el curanderismo y las prácticas mágicas se mezclaban con la religiosidad popular.
Fue en ese contexto donde se enmarca la figura de Isabel Pantoja, una mujer mulata, libre y costurera, que vivía en uno de los arrabales sevillanos. Se decía de ella que sabía de plantas, que ayudaba a aliviar ciertos males del cuerpo y del alma, y que tenía una manera peculiar de rezar, combinando santos católicos con fórmulas heredadas de la tradición oral africana. Algo común en una Sevilla mestiza, pero también algo que podía levantar sospechas.
El proceso inquisitorial: más sombras que llamas
Isabel fue denunciada por prácticas que hoy llamaríamos de medicina natural o espiritualidad alternativa. Pero en aquella época, bastaba una combinación de rumores, malentendidos y una pizca de superstición para iniciar un proceso. Fue arrestada y conducida ante el tribunal inquisitorial, donde —según los registros que han sobrevivido— respondió con gran entereza, sin negar su fe cristiana.
No hay indicios de tortura en su caso. Lo que sí hubo fue un interrogatorio extenso, en el que los inquisidores —más interesados en corregir que en castigar— le instaron a abandonar ciertas costumbres y ajustarse a la doctrina.
Finalmente, su sentencia fue la de comparecer en un auto de fe. No se trataba de una condena a muerte, sino de una pena pública que incluía el uso del sambenito (la vestimenta de penitente), la lectura de su sentencia y, en ocasiones, servicios obligatorios en instituciones religiosas.
El auto de fe de Isabel Pantoja
Aquel auto de fe se celebró en la Plaza de San Francisco, como era habitual. Frente a autoridades eclesiásticas, civiles y buena parte del pueblo sevillano, Isabel caminó con el sambenito y escuchó la lectura de su falta: "superstición y mezcla de prácticas no conformes a la fe". No fue humillada nicastigada físicamente. Tras la ceremonia, fue destinada a un convento, donde, según se cuenta, vivió varios años ayudando en la enfermería y ganándose el respeto de las religiosas.
Con el tiempo, recuperó su libertad y volvió discretamente a su barrio. Murió ya mayor, sin más enfrentamientos con la justicia, y dejando tras de sí una historia que, pese a su aparente discreción, ha llegado hasta nosotros como un ejemplo de resiliencia y diálogo entre dos mundos: el oficial y el popular, el doctrinal y el intuitivo, el tribunal y la calle.
Un caso singular en la historia de Sevilla
Lo de Isabel Pantoja no es la historia de una mártir, ni de una heroína trágica. Es la historia de una mujer común, con saberes heredados, que supo explicar, defender y reconducir sus prácticas sin perder su dignidad, y lo hizo dentro de un sistema que, aunquerepresivo, también permitía la reconciliación. En una época donde otras instituciones no ofrecían segundas oportunidades, la Inquisición, en casos como este, actuó más como un tribunal moralizante que como verdugo.
Hoy, su nombre vive en los márgenes de la historia oficial. Pero quizás por eso resulta aún más fascinante. Porque Isabel Pantoja fue una mujer que cruzó el umbral del miedo, paseó por la plaza con la frente alta… y regresó a casa.
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