La Sala de los Susurros
El hospital abandonado había sido el destino de muchas historias de terror en la pequeña ciudad. Los ancianos susurraban sobre los gritos que se oían por las noches, mientras los más
jóvenes se retaban a entrar al edificio ruinoso en busca de emociones fuertes. Una fría noche de otoño, cinco adolescentes decidieron probar su valentía llevando una ouija al lugar, convencidos de que los rumores no eran más que cuentos para asustar a niños pequeños.
David, el líder del grupo, fue quien propuso la idea. Lo acompañaban Laura, siempre escéptica; Raúl, el bromista; Ana, que parecía reacia pero aceptó para no quedar como cobarde; y Mario, que no quería ir pero no supo decir que no.
La sala que eligieron para el ritual era lo que alguna vez había sido el quirófano principal. Aunque los instrumentos quirúrgicos habían sido retirados hacía años, aún quedaban rastros de manchas en las paredes y una vieja camilla oxidada en el centro. Encendieron varias velas, colocaron el tablero de ouija en el suelo y formaron un círculo.
—¿De verdad creen que esto funciona? —preguntó Laura mientras se acomodaba el cabello detrás de la oreja.
—Claro que no, pero será divertido asustarte cuando el vaso se mueva —rió Raúl.
Colocaron los dedos sobre el vaso invertido, y David comenzó el ritual:
—¿Hay alguien aquí con nosotros?
El vaso no se movió. Se miraron con una mezcla de alivio y decepción. David insistió:
—Si hay alguien aquí, danos una señal.
El vaso se deslizó lentamente hacia el "Sí".
—¿Fuiste tú? —preguntó Ana, mirando acusadoramente a Raúl.
—No, no he sido yo. ¿Y tú? —Raúl trataba de parecer seguro, pero sus ojos delataban una leve inquietud.
David decidió seguir:
—¿Quién eres?
El vaso empezó a moverse rápidamente. "S-A-R-A".
—¿Qué quieres? —preguntó Mario, con la voz temblorosa.
"Q-U-E-N-O-S-E-V-A-Y-A-N".
Antes de que pudieran reaccionar, un golpe seco resonó en la habitación. Las velas parpadearon violentamente, y el aire se volvió helado. Mario, asustado, retiró su dedo del vaso.
—¡Esto es una tontería! ¡Me largo! —gritó mientras se ponía de pie.
Apenas dio un paso hacia la puerta cuando un grito desgarrador inundó la sala. Los demás vieron, horrorizados, cómo Mario caía al suelo convulsionando. En segundos, su cuerpo quedó inerte, con los ojos abiertos mirando al vacío.
—¡¿Qué demonios está pasando?! —gritó Ana, pero nadie tenía respuestas.
El vaso comenzó a moverse solo: "N-A-D-I-E-S-A-L-D-R-Á".
Laura intentó sacar su teléfono móvil, pero no había cobertura. Las ventanas, que parecían rotas desde fuera, estaban completamente selladas desde dentro. Los cinco estaban atrapados.
A partir de ese momento, las cosas solo empeoraron. Golpes resonaban en las paredes, pero cuando miraban, no había nada. Las puertas se abrían y cerraban solas, y susurros ininteligibles llenaban la sala. Ana comenzó a llorar desconsolada, mientras Raúl intentaba mantener la calma, sin éxito.
En un momento, la camilla oxidada se movió sola, empujándose hacia el grupo. El vaso, aún en el tablero, se desplazó formando nuevas palabras: "U-N-O-P-O-R-U-N-O".
David trató de negociar:
—¡Por favor! No queremos hacerte daño, déjanos ir.
Pero la entidad no escuchaba. Las velas se apagaron de golpe, y una figura comenzó a formarse en la esquina más oscura de la sala. Era una silueta femenina, con cabello largo y desordenado, y ojos que brillaban con un rojo infernal.
—Quítalo, quítalo —sollozó Ana, temblando.
Raúl, impulsado por el pánico, retiró su dedo del vaso y corrió hacia la puerta, ignorando las advertencias de los demás. Apenas alcanzó el marco cuando una fuerza invisible lo levantó del suelo. Su cuerpo fue arrojado contra la pared, dejando un rastro de sangre mientras caía sin vida.
Laura comenzó a murmurar una oración, aunque no era religiosa. Ana no podía dejar de llorar, y David trataba de pensar en una solución.
—Tenemos que terminar el juego —dijo, aunque no estaba seguro de cómo hacerlo.
—¿Y cómo se supone que hagamos eso si cada vez que alguien suelta el vaso muere? —replicó Laura, histérica.
La entidad pareció disfrutar del sufrimiento del grupo. Más golpes resonaron en las paredes, y una risa escalofriante llenó la sala.
David tomó una decisión desesperada.
—Todos al mismo tiempo. Si dejamos el vaso juntos, tal vez...
Pero antes de que pudiera terminar su frase, las velas volvieron a encenderse solas, revelando que ahora la entidad estaba en el centro del círculo. Extendió una mano cadavérica hacia Ana, quien gritó antes de ser arrastrada hacia la oscuridad.
Laura y David eran los únicos que quedaban. Ambos se miraron, sabiendo que no tenían esperanza. Laura retiró su dedo del vaso, susurrando:
—Lo siento, David.
Fue devorada por la misma oscuridad que se había llevado a Ana.
David, solo y aterrorizado, se negó a quitar su dedo. Pasaron horas, o tal vez días. No podía saberlo. Finalmente, la entidad habló, con una voz que parecía provenir de todas direcciones:
—Eres fuerte, pero no importa. Este lugar es mío, y ahora tú también lo eres.
La vela frente a David se apagó, y la sala quedó en silencio. Nadie volvió a ver al grupo de amigos. El hospital de San Anselmo siguió acumulando historias de terror, pero ahora, quienes se atrevían a acercarse decían que podían oír los susurros de "Sara" y los gritos de las almas atrapadas dentro.